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Emiithox.xD 2009 - 2011 2 Años Junto A Tí

Vanessa Nessie Nuñez - Sobrevivir

SOBREVIVIR
         De todas las cosas que me hubieran pasado en la vida, esta era una para la que nadie, ni la persona con más autocontrol de este devastado planeta, hubiera podido sobrellevar sin perder la cordura en el intento de resistir…
         Hoy les contaré mi historia, el como yo, un humano sin gracia, común y corriente logró sobrevivir a la destrucción, a la caída de la civilización humana. Sí, aquella que fue tan esperada por algunos, por aquellos que la sociedad tachaba de histéricos, pesimistas, embusteros y estúpidos pobres diablos.
 
         — ¡Felipe! Por todos los santos, niño, ¡Levántate! ¡No me digas que deberé recurrir al agua helada otra vez! — Me gritó mamá.
         Yo era hijo único de una madre soltera. Nunca quiso casarse ni convivir con nadie en su casa. Me adoraba como a nadie y era una confidente objetiva, a la que no temía decirle nada, pues nunca juzgaba con sus propias convicciones. Yo también la quería, porque, a mis 18 años era toda una proeza soportarme.
         Mire el reloj, eran las 9:00 y ya estaba llegando atrasado al liceo, así que ¿Qué más daba? Iba a llegar tarde de todos modos.
         Me senté en la cama y comencé a vestirme. Hice todo lentamente, no tenía ánimos de ir a ningún lado. Era como si algo me dijera: “Debieras quedarte allí ¿Sabes? No salgas de allí”
         Me inspiro la idea de que no podía ser tan egocéntrico, no podía dejar todo allí, como si nada fuera importante, solo por mi flojera. También tenia ganas de ver a mi novia: Jessica.
         Era una chica alta, de mi edad, aunque yo la superaba en estatura por media cabeza. Era una de esas típicas buenas estudiantes: tranquila, aunque no se dejaba amilanar por nada del mundo. No era muy atlética, aunque tenía sus curvas y era agradable de observar. No, no era eso lo que más me atraía de ella. Era que ella era capaz de entender y escuchar en serio y darme su opinión pacientemente todo lo que yo le decía, aunque para ella el asunto fuera algo sin importancia. Era su sonrisa, todo. Incluso la manera con la que con ternura me explicaba las cosas, como las materias de una clase, una y otra vez cuando yo no las entendía.
         Cuando llegué al liceo me di cuenta que aquel no sería un buen día. Es más nada más llegar me di cuenta de que había olvidado el cuaderno que contenía mi flamante trabajo de Biología. Me había esmerado tanto… Maldije para mis adentros.
         Unos minutos antes de la hora de almuerzo (algo que esperaba casi con fervor, pues no había desayunado) tocaron el timbre que nos indicaba la salida.  Pero esta vez fue diferente, el timbre no era el mismo. El que estaba sonando no era la salida a almorzar: era el timbre de operación Deyse. Me puse en alerta inmediatamente. Mis sentidos estaban ya al borde del colapso y mi cabeza pensaba a toda velocidad y procesaba todo más rápido a causa de la adrenalina.
         La misma vocecita de la mañana en mi cabeza me dijo lo que pasaba, porque esto no era algo normal. Era algo infinitamente peor. No sentimos ningún terremoto, temblor, nada de humo que nos advirtiera que había un incendio... Nada. El no saber lo que pasaba era lo que nos ponía a todos en ese estado.
         — ¡Alumnos, mantengan la calma! ¡Caminen ordenadamente! — Nos decía el mismísimo director del establecimiento a todos los que estábamos formados cerca de la salida, como lo habíamos hecho muchas veces a lo largo de los ensayos. — ¡Esto no es un simulacro! ¡No dirigiremos con calma a la salida y a la zona de seguridad!
         Comenzamos a movernos. Me preguntaba que estaría pasando. Él solo hecho de que el director apareciera a la vista publica ya era un hito. Nadie decía nada sobre el tema, nada de información relevante que sirviera de orientación, y todos los alumnos cuchicheaban entre si mientras los profesores trataban de coordinarse para salir.
         Cuando salimos la genteen la calle corría como si la vida les dependiera de ello y no paraban de gritar. De pronto escuchamos un silbido no humano, y luego un grito que helaba la sangre. Comprendí todo. El silbido era el de un avión al caer.
         — ¡Cuidado! ¡Va a caer!— Alertó una voz femenina bastante aguda.
         Muchos instintivamente nos agachamos. Mientras, silbido del avión humeante y encendido en fuego nos perforaba los oídos. Terminó cayendo con un estruendo estremecedor. Ciertamente una tragedia. Los pedazos que comenzaron a desprenderse del avión ahora caían a nuestro alrededor, lo que encendió mi instinto protector.
         Aprovechándome de la corpulencia, la que había logrado gracias al ejercicio y mi vanidad y meses de intensivo gimnasio, lance a mi novia, a la que no había soltado en ningún momento desde que comenzó el desastre, al suelo, y la cubrí con mi espalda. Evitando los pedazos más pequeños de metal que estaban cayendo. Gracias al cielo venían a poca velocidad. No lo había pensado, pero en ese momento pude haber muerto.
         En cuanto nos dimos cuenta el grupo escolar ya se había dispersado casi del todo.
         — ¿Cómo estas? ¿Te hiciste daño? — Le pregunte. Silencio. Jessica estaba en shock. — ¡Jess, háblame por favor!
         — Estoy bien, creo. — Me dijo en un susurro apenas audible. En sus ojos podía ver el terror que sentía ella, reflejo del mío propio. — Gracias por protegerme.
         — Bien, ahora debemos averiguar lo que está pasando y pensar que hacer. — Le dije pensando automáticamente en mamá entre toda la confusión. — No lo puedo creer… ¿Tu familia donde está?
         — Mamá y papá salieron de viaje fuera del país la semana pasada y regresaban el próximo miércoles. Yo estaba sola en casa.
         — ¡¿Por qué no me lo dijiste?!
         — Porque pensé que era un asunto sin importancia, y te iba a invitar a pasar el fin de semana conmigo.
         Mientras tanto yo comencé a llamar por el celular a mi mamá. Necesitaba saber si estaba bien. La línea estaba colapsada.
         — Ok… ¿Me acompañarías a buscar a mi madre?
         — Por supuesto.
         Mientras corríamos por las calles en busca de mi madre nos dimos cuenta que aun había electricidad. Las pocas personas que quedaban en un estado relativamente controlado trataban de comunicarse con sus parientes, y veían la televisión informándose. En la TV aparecía el conductor del noticiario con una apariencia bastante demacrada.
         —Detente, Felipe. — Jess dijo de repente.
         — ¿Qué ocurre?
         — Escucha…
         “… y es que el asteroide que cayo esta mañana en China esta levantando una nube de polvo tan toxica que las personas caen como moscas. El planeta entero entro en alerta. Noticia de último minuto: Del zoológico del parque metropolitano se han escapado varios animales y ya no quedan aves en el aviario. Manténganse con los ojos abiertos…”
         El locutor transpiraba. Ya nadie mantenía la calma. Las mujeres lloraban y junto a Jessica estábamos a punto de desmayarnos. La abrase fuerte, deseando que el mundo entero desapareciera y volviera a la calma otra vez.
         Decidimos seguir corriendo. Cuando estábamos a algo así como a diez cuadras del edificio en donde trabajaba mamá como secretaría de compañía de celulares la tierra se comenzó a mover, comenzando lentamente.
         Mire mi móvil. Había dos mensajes. Uno de mamá y otro de la televisión digital del teléfono.
         “Hijo ¿Estas bien? Por favor responde. Mamá”
         “ALERTA: 3 minutos. Movimiento telúrico inminente.”
          En ese momento pasaron dos cosas a la vez. El movimiento de la tierra era tan fuerte que caímos los dos al suelo.      Y por otro lado vimos como se desplomaba el edificio de la compañía telefónica, tal como en su tiempo lo hicieron las Torres Gemelas.
         Ahora fui yo el que quedo en shock. Mi mente estaba en blanco. Cuando el terremoto termino (Imagino que eso era, pues caímos al suelo casi inmediatamente) logre levantarme, solo para caer de rodillas con lagrimas en los ojos. No podía ser. Era imposible.
         Tenía que ser un sueño. Una pesadilla.
         Jessica estallo en llanto, eco de mi propio dolor, y se inclino junto a mí tratando de tranquilizarme.
         — Tranquilo. — Dijo entre lágrimas. — Todo va a pasar y estaremos bien. — Mire hacia el edificio, que comenzaba a levantar un a nube de polvo. — Tranquilo. Mírame.          Mírame a mí. Shhh. Tranquilo. — Obedecí y la miré. Tenía el aspecto de quien trata de consolarse a mi mismo.
         Jess y mi madre nunca de habían llevado mal. Es más, se podría decir que eran bastante amigas a pesar de la diferencia de edad. Mi madre le tenía gran cariño pues pensaba que era la chica adecuada para mi y que ella no dejaría que me desviara del buen camino.
         Al volver a recordar a mamá, me tape la boca y me aleje de Jessica para poder vomitar todo lo que tenia y no tenia en mi estomago.
         — ¡Corre, Felipe! ¡Vamos! ¡Ya! — Grito Jess.
         Observe a mis espaldas y vi que la nube de polvo que se produjo a causa del derrumbe venia a toda velocidad. Tome a mi novia de una mano y la arrastre conmigo, tratando de llevármela de allí, huyendo del desastre que nos perseguía.
         Cuando los pulmones ya nos reventaban, nos metimos en un pequeño quiosco que había quedado abierto al dejarlo su legítimo dueño seguramente al huir del lugar. Cerré las persianas de metal y nos sentamos a descansar en un rincón. Podíamos oír las piedras arrastradas por el polvo golpeando el metal.
         Nuestro gran bosque de cemento, nuestra magnánima selva de concreto se había desplomado. Se vino abajo sin previo aviso, sin alguna justificación.
         Tal vez mi madre hubiera sobrevivido al derrumbe del edificio y ahora podría estar entre los escombros. Deseche rápidamente la idea. Si no la hubiera matado el derrumbe, lo hubiera hecho el polvo del desplome del edificio continuo, el que también vimos caer segundos después del primero. Quería llorar, pero no me salían lágrimas.
         Esta vez no sería como las otras. No bastaría con la unión del pueblo chileno para levantarnos. Ni la del mundo entero.    Estábamos acabados.
         En ese momento recordé la profecía sobre el año 2012. Esta nunca había llegado a concretarse, sin embargo, ahora cinco años después, estaban ocurriendo los cataclismos exactamente como los describían los supuestos “profetas”. La extinción de la raza humana me parecía evidentemente inevitable.
         Mi fe en Dios yacía hecha añicos en alguna parte de mi conciencia. ¿Cómo podía alguien, incluso una identidad tan sagrada, permitir esto? No me cabía en la cabeza algo semejante.
         Con Jessica esperaríamos algo así como una hora y media a que bajara el polvo y se pudiera respirar. Acordamos buscar agua, pues estábamos abastecidos de comida (Había una cantidad suficiente de dulces para mantener a dos adolescentes por lo menos tres días), y también buscaríamos alguna fuente de calor.
         Mirando alrededor descubrimos una zapatilla para enchufes, y un cable negro que sobresalía de una mochila que estaba al alcance de mi mano. La tome y mire dentro. El cable correspondía a un cargador de celulares Samsung, el mismo que podía ocupar el móvil que tenía en mi bolsillo. Podríamos comunicarnos con alguien más adelante, cuando volviera la electricidad. Había también una caja de fósforos, una vela, una cajetilla de cigarros, dos suéteres y un rollo de papel higiénico. Debajo de la mochila había un abrigo.
         Se me ocurrió una idea.
         — Jess, ¿podrías sostener la antorcha de mi teléfono encendida? Gracias.
         Me obedeció sin chistar. Cogí un yogurt de entre los estantes de dulces e hice que lo comiéramos entre los dos. Luego con el papel higiénico trate de quitarle los residuos de yogurt al envase. Encendí un fósforo y con él la vela. Coloque un poco de cera al fondo del envase le coloque la vela encima. De ese modo duraría un poco más, debíamos economizar lo más posible en batería, para poder comunicarnos más tarde con alguien que pudiera ayudarnos.
Coloqué la vela en un rincón y apagamos mi teléfono. Trate de conectarlo al cargador, pero aun no había electricidad. Jess me avisó cuando se hubo cumplido la hora y media y tomados de la mano salimos al exterior. La calle estaba desierta, las casas yacían en el suelo, y todo alrededor era un mar de polvo.
         Jess comenzó a revolver un montículo de polvo, y de el extrajo una botella de agua mineral.
         — Por si no te acuerdas, los vendedores casi siempre tienen sus botellas al aire libre. — Dijo mirándome fijamente. — Ven y ayúdame.
         Nos pusimos manos a la obra. A la luz de la luna contamos 5 litros de agua mineral, tres de gaseosas y 10 botellas de néctar de fruta.
— ¿Qué crees que tenga que ver esto con el avión que cayó cerca del liceo? — Me preguntó.
         — Tal vez el piloto hubiera perdido la tranquilidad en el momento que se enteró del asunto del meteorito. Tal vez incluso lo vio desde el aire, lo que hiso entrar en el pánico extremo. Aunque es solo una teoría. En realidad no lo sé
         — Tienes razón. Pero, ¿Y el co-piloto?
         — Fácil — dije mientras volvíamos a entrar al quiosco, — pudo haber seguido el mismo camino que el piloto.
         — ¿Crees que vuelva?
         — ¿Quién?
         — El dueño legitimo del quiosco.
         — Tampoco lo sé.
         Nos quedamos abrazados en un rincón, sentados sobre el abrigo que habíamos encontrado. Le dije que se colocara uno de los suéteres. En eso llegó la noche, y hasta nos contamos chistes tratando de tranquilizarnos el uno al otro. No sabíamos si íbamos a salir de esta. ¿Había un futuro esperándonos? ¿Existía un futuro para nosotros? Nadie lo sabía. Solo quedaba esperar y pasar el tiempo lo mejor posible.
         Nos dormimos en la madrugada y despertamos solo dos horas después. Había llegado la electricidad. Una noticia buena entre tantas calamidades. Comimos más dulces. Luego, conectados al cargador de teléfonos, (el de mi novia quedó en su bolso, pues no tuvimos tiempo de sacar nada) y encendimos la Tv del móvil.
         — ¿Qué ocurre?
         — Escucha…
         “Lo peor ya ha pasado. Tenemos una nueva oportunidad. Esto fue solo una advertencia al mundo”.
         “La operación de los pilotos de la recién reconstruida base de Pearl Harbor ha resultado inesperadamente exitosa. Han logrado con su lluvia artificial dispersar la gran nube de polvo provocada por el meteorito. Lamentablemente el daño en China es irreparable. Nuestras más sinceras condolencias para el mundo entero y para China. Queridos televidentes, debemos aprovechar esta segunda oportunidad de vivir. Nos levantaremos, tal vez no ahora, pero lo terminaremos haciendo”. Llegando a este punto el conductor hablaba como verdadero fanático. “¡Una predicción de hace cinco años no vencerá nunca a nuestra voluntad de vivir!”
         — ¿Cómo…? ¿No moriremos? ¡Es fantástico! — Grito Jessica.
         Yo estaba atónito. No lo podía creer. El mundo no se acabaría aun. Jess se lanzó sobre mí y me besó tan apasionadamente que quede atontado. Empezamos a reír como dos locos y salimos al exterior mirando alrededor. Ni siquiera podía entender como era que nos reíamos de la situación y además estábamos tan relativamente calmados.
         Dos personas nos hacían señas más adelante y otras se acumulaban a la calle saliendo de sus escondites. Fuimos a ellos tomados de la mano.
         Renacer era posible. Como la leyenda del ave Fénix que resurgía de sus propias cenizas. De lo malo nos preocuparíamos luego. Como ansiaba tener a mi madre aquí conmigo. ¿Cuanto habían pasado? ¿Siquiera 48 horas? ¿Solo 2 días? El tiempo se me había hecho eterno, pero ahora lo podía mirar con otros ojos, con los de la esperanza.
         Buscaría el cuerpo de Mamá ayudando a los rescatistas. Sentía que le debía algo al mundo, algo por habernos dejado vivir a mí y a una de las personas que más adoraba en el mundo, alguien con quien todo era tan natural como respirar. Alguien a quien, gracias al destino, ahora tenía de la mano. Alguien que, tal como lo había reflexionado en medio de la madrugada, era perfecta para mí. Alguien que podía ser mi igual, mi cómplice de locuras y con quien había una química prefecta.
         — ¡Eh! ¡Felipe! ¡Eh! ¿Qué te pasa? — Jessica chispeaba los dedos frente a mi rostro. — ¡Dios mío! ¡Se le vino el shock encima! — Les dijo a las otras dos personas que habíamos visto anteriormente.
         — ¡No! Lo que ocurre es que me puse a pensar y ya sabes como yo me pongo cuando pienso.
         — Si, ocupas todas las neuronas y te cruje el cerebro. Por lo tanto no razonas nada más — Y rompió a reír como histérica.
         — Ja, ja. — Solte una risa sarcastica. — Tontita, no es eso. Me abstraje y punto. — Dije volviéndola a abrazar y mirando con optimismo el futuro.
         — Vale. Cambiando de tema, opino que deberíamos cooperar y ayudar. Ellos dicen que hay un albergue cerca de aquí. — Dijo refiriéndose a las dos personas con las que yo no había hablado por mi embotamiento. Eran dos chicos, uno pelirrojo y con la cara sucia, de unos veinte años y el otro de unos penetrantes ojos negros, de igual edad.
         — Estaríamos muy agradecidos si pudieran cooperar. Necesitamos más manos jóvenes, en serio. — Dijo el tipo pelirrojo. — Hay un montón de gente que necesita recibir alimento y atención medica. Tenemos lo necesario, pero como dije, faltan manos.
         — Por supuesto. —Convine yo.
         ¿Pero qué podría hacer yo salvo decir que sí? No importaba, el poder ayudar en pro de un mismo fin era lo importante. Ahora debíamos afrontar este nuevo comienzo, alegrándonos de que pudiéramos contar esta historia a las próximas generaciones.
         El celular comenzó a vibrarme en el bolsillo y a tocar mi tema favorito: Bad things de Jesse Evertt. Mire la pantalla.
         — Tus padres. — Le dije a Jess. Conteste. — ¿Hola?
         — ¿Como esta mi Jessica? ¡Dime por favor que esta contigo, Felipe!
         — Si, esta aquí conmigo. Ella esta bien, señora Millar, cálmese.
         — ¡Ponla al teléfono! — Me ordenó.
         Le tendí el móvil a mi novia.
         — ¿Alo? ¡Mamá…! — Comenzó
         Era comprensible que la señora Millar estuviera como una loca, por lo que deje de escuchar la conversación que sostenía con su hija mientras seguíamos caminando en dirección al albergue y le contábamos a los otros dos jóvenes lo que habíamos pasado.
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